Notimex. Exponente de la corriente surrealista que dominó el escenario artístico europeo en la década de los años 20 del siglo pasado, el pintor belga René Magritte es considerado hoy uno de los símbolos de su tierra natal.
Sin embargo, no fue hasta 2009, más de 40 años después de su muerte, en agosto de 1967, que Bélgica, país que se presenta como la cuna del surrealismo, le dedicó un museo. La idea de fundar el Museo Magritte se impuso en 2005, cuando se constató que su colección perteneciente a la red de Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica había crecido al punto de sobrepasar la capacidad de la sala creada especialmente para acogerla en el Museo de Arte Moderno de Bruselas.
La expansión empezó en 1984, de manos de Philippe Roberts-Jones, entonces director general de los Museos Reales, y la creación del museo vendría a concretar un viejo sueño de Georgette Magritte, viuda y musa del fallecido pintor. El proyecto recibió apoyo de la Fundación Magritte y del grupo franco-belga ENGIE (anteriormente GDF SUEZ), que contribuyó con 6.5 millones de euros para financiar la construcción, completada con otros mil millones de euros del gobierno belga. El local elegido para acoger el nuevo establecimiento cultural fue el llamado Hotel Altenloh, una construcción neoclásica de 1779, ubicado en el Monte de las Artes, donde se concentran numerosos museos.
Enteramente restaurado en 1984, el edificio histórico era entonces utilizado por los Museos Reales como espacio de exposiciones temporales o salas dedicadas al arte del siglo XIX. Durante los ocho meses de obras, la sede del futuro museo se escondería de las miradas curiosas por detrás de un toldo que reproducía, a la talla de su fachada, una de las telas más conocidas de Magritte, “El Imperio de las Luces”, desvelada por las paredes del edificio que se abrían como cortinas de teatro.
La imagen de una típica residencia belga iluminada por una farola bajo un cielo azul puntillado de nubes, hundiéndose con el paisaje, era una verdadera invitación a los miles de turistas que transitan por la región, a medio camino entre el Palacio Real belga y la Grand Place (Plaza Mayor) de Bruselas. Con un área de 2.5 mil metros cuadrados, el Museo Magritte abrió sus puertas en junio de 2009 y se convirtió inmediatamente en el más popular de los 21 museos de Bruselas, reuniendo la mayor colección en el mundo de obras y documentos del pintor belga. Repartidos cronológicamente en tres plantas, 234 dibujos, telas, trabajos publicitarios, fotografías y correspondencias trazan la vida de Magritte, desde su nacimiento, el 21 de noviembre de 1898, en la ciudad de Lessines, donde el tiempo se arrastraba observando la explotación de las canteras de piedra.
La visita empieza por la tercera planta, que reúne vestigios de los primeros pasos del Magritte artista, de las primeras clases de diseño, a los 12 años, al ingreso en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, a los 18 años, el trabajo en la publicidad y su descubrimiento por el pintor Giorgio de Chirico, que le impulsa a lanzarse al universo surrealista. Inconforme e irreverente, en 1926 Magritte funda, con otros artistas belgas, su propio grupo surrealista y pasa fructuosos veranos en compañía del pintor español Salvador Dalí en su residencia de Cadaqués, en la Costa Brava. Georgette es omnipresente en todo el recorrido, en las cartas emitidas a ella por Magritte, en las fotos de la pareja juguetona y amorosa, en los dibujos y telas de los diferentes períodos del pintor.
La segunda planta explora el impacto de la Segunda Guerra Mundial sobre el pintor, que lo llevó a inscribirse en el Partido Comunista y dejar el surrealismo por un período impresionista. Es ee período, en las décadas de los 30 y 40, en que Magritte empieza a transferir a sus obras sus cuestionamientos sobre la relación entre las palabras y los objetos, estrella una primera exposición individual en Estados Unidos, es por primera vez tema de película y de una monografía.
Al final de la sala se puede observar la mayor colección del período “vache” (bruto, en francés) del artista, una serie de telas con colores vivos y personajes disformes, sin estilo preciso, inspiradas en caricaturas y tiras cómicas. El recorrido concluye en el primer piso, que reserva algunas de las obras maestras de Magritte, entre ellas dos de las 23 versiones realizadas de “El Imperio de las Luces”. Más de 500 mil personas acudieron al recinto solo en el año de apertura, aunque la cifra se estabilizó, en los años siguientes, en un promedio anual de 300 mil visitantes, de los cuales 65 por ciento son extranjeros.
“El Museo Magritte es una máquina que funciona bien a nivel turístico. Es un museo que permite a los turistas descubrir una de nuestras especificidades culturales, que es Magritte”, señaló Michel Draguet, director general de los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, red que engloba el Museo Magritte.
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