Mejor con Salud.- El estudio de un coral cerebro centenario muestra que los efectos de la contaminación que causan los fertilizantes en ciertas partes del océano son menores de lo esperado.
Los corales de la especie Diploria labyrinthiformis, que, por su peculiar disposición, son conocidos como corales cerebro, forman estructuras circulares que pueden alcanzar los dos metros de diámetro. Viven en aguas poco profundas y, pese a su tamaño, en ellos solo una fina capa externa está constituida por tejido vivo. La mayor parte de estos animales coloniales, que están formados por numerosos individuos idénticos, consiste en una especie de esqueleto hecho de carbonato cálcico. Así, cuando mueren, los restos de estos corales contribuyen a que se desarrollen nuevos arrecifes. No obstante, pueden vivir cientos de años.
Precisamente, el estudio de un espécimen de 130 años ha revelado que el impacto del nitrógeno de algunos fertilizantes, un contaminante que, cuando alcanza el océano, puede ser mortífero para la fauna marina, es menor de lo que se venía creyendo hasta ahora, al menos en norte del Atlántico. Para determinarlo, un equipo de investigadores de distintas instituciones coordinados por Xingchen Wang, del Departamento de Geociencias de la Universidad de Princeton, midió los niveles de ese elemento en el esqueleto del coral. “Sorprendentemente, no encontramos pruebas de que se hubiera dado un aumento de la contaminación a lo largo de las pasadas décadas”, indica Wang en un comunicado.
Los expertos, que describen el hallazgo en un artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, no esperaban estos resultados, sobre todo porque en un trabajo similar llevado a cabo anteriormente en el mar del Sur de China habían observado que este tipo de polución era muy elevado en aquella zona, y que ello se correspondía con un significativo aumento en la producción de carbón y el empleo de fertilizantes que se habían dado en el gigante asiático en los últimos veinte años.
Medidas de control
En esta ocasión, los científicos se centraron en una zona situada cerca de la isla Bermuda, a la que llegan grandes cantidades de nitrógeno procedentes de EE. UU., relacionadas con las emisiones de los vehículos y de las centrales energéticas. Aunque no pudieron constatar que el efecto del originado por las actividades humanas fuera mayor que en el pasado, sí observaron variaciones que se correspondían con la influencia de un fenómeno natural conocido como oscilación del Atlántico Norte. Esta, según indica en su portal la Agencia Estatal de Meteorología, es una fluctuación a gran escala en la masa atmosférica situada entre la zona de altas presiones subtropicales y la baja polar en la cuenca del Atlántico Norte que determina la variabilidad del clima invernal en toda la región.
En todo caso, Wang y su equipo recalcan que los resultados contrastan con los modelos informáticos que auguraban un notable aumento en la contaminación por nitrógeno y que podría ser un indicio de que las medidas tomadas para limitar las emisiones y que estas alcancen el mar están dando sus frutos.
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