¿Por qué no nos reímos al intentar hacernos cosquillas a nosotros mismos? Es la pregunta que se hicieron hace unos años Sarah-Jayne Blakemore y sus colegas del Instituto de Neurología del University College de Londres. Para dar con la respuesta, estudiaron con un escáner el cerebro de 16 personas mientras trataban de hacerse cosquillas a sí mismas en las palmas de las manos. Y más tarde repitieron el experimento haciendo que otro sujetos les hiciera cosquillas.
Así comprobaron que las áreas que responden al tacto y al placer se activaron mucho menos cuando se las hacía uno mismo, según exponían en la revista NeuroReport. Y llegaron a la conclusión de que la estimulación táctil auto-generada se atenúa porque internamente el sistema sensorial predice las sensaciones que van a producirnos nuestros movimientos en el mismo momento en que el sistema motor da la orden de ejecutarlos. Y si no hay “sorpresa”, añaden los autores, tampoco hay cosquillas.
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