Notimex.- Rubén el poeta, el traductor, el maestro, el humanista, el universitario, el amigo, el hermano: Rubén Bonifaz Nuño, quien el pasado 31 de enero dejó a las humanidades en luto y a los universitarios en orfandad.
Escritor, nacido en Xalapa, Veracruz, en 1923, que antes de ser uno de los poetas más trascendentes de la lengua española, fue un hombre gentil, coqueto, juguetón, bromista, tolerante, leal, amoroso.
Así lo recordaron anoche sus amigos y colegas en el homenaje nacional que la Universidad Nacional Autónoma de México y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes ofrecieron en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, donde cerca de dos mil personas, principalmente jóvenes, se dieron cita para honrar al autor de El manto y la corona.
Los escritores René Avilés Fabila, Bulmaro Reyes Coria y Marco Antonio Campos –quienes dieron a leer sus palabras a universitarios– coincidieron en que, cual fuera su faceta, el también Premio Nacional de las Letras 1974 se identificó por la conjugación de genialidad y sencillez.
“Antes de morir, su vocación poética, su amor por las letras, así como su sentido de la lealtad y el afecto por los amigos, fueron cualidades que se habían acentuado. Incapaz de una mala acción, hombre puro y justo, invariablemente ayudó a sus semejantes”, expresó Avilés Fabila en voz de uno de los lectores.
Amigo también, continuó, de sus discípulos a quienes más que enseñar técnicas en la prosa o la rima, más que aconsejar el estudio de los clásicos; les enseñaba la belleza de la vida: “Pocas veces en la literatura en castellano, alguien ha tomado por nosotros la voz y ha dicho con belleza extrema lo que queríamos decir”, dijo en la ceremonia en la que también participó Rafael Tovar y Teresa, presidente del Conaculta.
De su labor como traductor de los clásicos, Bulmaro Reyes resaltó la osadía de Bonifaz Nuño de colocar a los “grandes” en un nivel de entendimiento asequible, no restando calidad sino acercándolos a los lectores.
“Y de hecho, como Héctor de los troyanos, nosotros recibimos de Rubén una lección de valentía y honor en cada uno de los copiosos estudios”, decía en su texto.
Y el poeta, faceta que más ocupó, en el sentido literal de la palabra, al autor de Albur de amor y Calacas; pues, a pesar de que su primera formación fue en leyes, su contacto con las letras cuando ingresó como profesor a la Facultad de Filosofía y Letras lo consagró en una de sus mejores tareas: la poética.
Marco Antonio Campos, también poeta, recordó que mientras Borges desde niño sabía de su destino literario, o Paz reconoció su deseo de ser escritor desde temprana edad, Bonifaz Nuño no fue hasta la década de los 40, cuando ganó sus primeros premios en los Juegos Florales de Aguascalientes, que comprendió que se consagraría a la poesía.
“Desde entonces la poesía fue para Bonifaz Nuño viento y luz, ola y espiga, y le dio tal vez la única libertad en una vida donde no cesaron de perseguirlo las obligaciones. El sol central de su poesía fue la mujer, la cual es sujeto y objetivo final de gran parte de los versos que escribió”, dijo de quien fuera miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, del Colegio Nacional, y fundador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
A Bonifaz Nuño le enorgullecía pertenecer a la máxima casa de estudios donde se desarrolló como maestro, investigador, académico, y funcionario; pero también donde sembró amistades y semillas poéticas en jóvenes escritores.
José Narro, rector de la UNAM, lo resumió: “Para esta institución, él fue uno de sus hijos más preciados”. No sólo por expandir su humanismo a través de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana; sino porque también enseñó el valor del diálogo y la tolerancia.
Y como la poesía del también Premio Alfonso Reyes (1984) era cuasi melodía para el pensamiento, en su homenaje no podía faltar la música acompañada de la lectura de los poemas más emblemáticos en voz de sus amigos Juan Gelman, Eduardo Lizalde y Vicente Quirarte.
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