El dilema de la voluntad política y el deber social
En materia de políticas públicas, tal parece que todos los mexicanos somos expertos. Podemos hablar por horas y horas del increíble pero vasto mundo de posibilidades que nuestro gobierno tiene para erradicar problemas como la pobreza, la corrupción, el narcotráfico, etc. Sin embargo, no cabe duda que como buenos críticos y analistas, hemos olvidado periódicamente la vitalidad que otorga la participación ciudadana en la resolución de las múltiples problemáticas a nivel nacional.
Durante la elección pasada en el estado de Puebla, fueron variadísimas las sentencias de la población en contra de la administración actual (hablando en este caso de la municipal y estatal). Habitantes de la Margarita denunciaban constantemente la presencia del crimen organizado en la zona y el secuestro casi permanente en las escuelas primarias y secundarias de menores en el lugar. Por su parte, residentes de colonias como Chapultepec e Historiadores, alertaban a los candidatos del exceso de amenazas por representantes de partidos políticos en caso de no votar por cierto partido.
Ante los señalamientos anteriores, nos surge lógicamente la duda de ¿A qué viene esto al caso? Pues muy fácil, común denominador de toda campaña política en México, ha sido a lo largo de su historia el hecho de la compra del voto, las campañas de brigadeo con intención de fomentar la participación electoral, las reuniones con líderes de colonia que movilizan alrededor de cien a quinientas personas y otra cantidad enorme de estrategias políticas para obtener la victoria.
Pero por otra parte, no hemos escuchado durante los últimos días las opiniones vivenciales de quienes por su parte, tuvieron un contacto directo con la población que eligió el pasado 7 de julio a presidentes municipales y diputados. Estas “vivencias”, claramente podrían señalarnos factores muy contradictorios a la victoria, puesto que si de algo estamos seguros, es que cada año, cada elección, cada candidato, el convencimiento mayoritario de la gente es cada vez mucho más complicado.
Actualmente, los caminos estratégicos que puede tomar una campaña son mucho más variados y costosos. No basta con eventos masivos de Joan Sebastian o los Askis, para adquirir cierta seguridad de voto en una persona. Este hartazgo político, mediático y cultural, nos evidencia la falta de una coordinación entre las fuerzas políticas y la misma ciudadanía.
No sólo es un fenómeno local, es un síntoma que invade cada vez a más entidades de la República, por un lado las denuncias en Michoacán, Guerrero y Oaxaca contra los grupos del crimen organizado y por el otro, las exigencias de múltiples sectores de la sociedad en pro de reformas mejor adecuadas y no sólo con un interés político.
Como olvidar la noticia de los últimos días sobre la demanda de indígenas purépechas contra presidentes municipales por su relación con grupos del narcotráfico, o las actuales denuncias al edil de Oaxaca que fingió su muerte. Este tipo de fenómenos igual que como señalaba José Agustín, son parte de la tragicomedia mexicana. Una trágica pero muy poco agradable realidad, de que en nuestro país sigue valiendo más el pan y circo que una decisiva creación de grupos que se atrevan a realizar las reformas estructurales a las políticas públicas e instituciones como la Secretaría de la Función Pública, la SEP, el IMSS etc.
Estamos carentes de liderazgos políticos y sociales, nacen y desaparecen diariamente miles de asociaciones civiles formadas por supuestos líderes juveniles con la intención de generar espacios de crítica u opinión, sin embargo, poco a poco sus intenciones se ven empañadas por las ambiciones individuales. Nos dejan el amargo recuerdo de que incluso los jóvenes, permanecemos conformes con la realidad que nos rodea, hemos maquinizado nuestro pensamiento para actuar simplemente como la costumbre mande, grave error.
Es inaceptable entonces, que como ciudadanos, dejen de importarnos las decisiones políticas y sociales, no es cuestión de taparse los ojos ante gobernadores corruptos o déspotas autoridades ( sólo basta con ver el caso del niño indígena que fue humillado hace unos días en Tabasco) para quitarnos la culpa de que “todo podría ser mejor si no fuera por estos políticos”…
Pero “estos políticos” pueden y tienen que ser mejores, y para eso debemos reafirmar nuestro espíritu nacionalista, defender nuestros impuestos, la dignidad de los pueblos, los gastos en obra pública y permanecer siempre como los más grandes vigilantes de todos aquellos que nosotros mismos elegimos mediante el sufragio. Hemos pasado la época del “ayer no me importa” a la de “un paso atrás y otro adelante”, una filosofía social que poco a poco, logrará arraigarse en nuestra sociedad, siempre y cuando todos estos liderazgos renazcan de sus cenizas y salgan del profundo estanque de mediocridad al que se han condenado. Aunque eso, ya es otra historia…
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